He encontrado la luz de la belleza
en la luna que riela sobre el agua
del río germinal de la palabra.
La he visto en la raíz de una sonrisa,
en la constelación de las pupilas,
atada a la virtud de lo incorpóreo.
Y suspiro por ella en mis visiones
cuando canta en mi oído, dulcemente,
su inusitada y suave melodía.
He encontrado la luz de la belleza
en el verde remanso de la tierra.
Y siento que me llama, me seduce,
me mira despiadada y no perdona.
La imagino en las fosas y las cimas
de los mundos que en versos idealizo;
allí, en la evanescencia de las sombras
que envuelven las aristas del silencio,
en el caparazón de las ciudades
con su carne aferrándose a los huesos,
o en el gran laberinto de la vida,
convulsiva y serena, libre y mansa,
absoluta y divina, intensa y mía.
Y supe que lo bello siempre es bello
aunque huérfano sea de hermosura,
que puede la belleza de un instante
convertirse en un hecho imperceptible;
porque bello es el vuelo de una lágrima,
la soledad, la noche sin estrellas,
el olor del rocío de la ausencia,
el suicidio incesante de la ola
y el óleo transmutando en espejismo
más allá de la forma y el color.
Si la verdad es pan para los sabios,
la belleza lo es del corazón:
eterna como el polvo, como el tiempo,
inmortal en los ojos del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario